El rey tuerto

Mostrar una situación conflictiva actual es muy fácil si lo planteas como un drama al uso, o debería serlo. El problema viene cuando juegas a la comedia, intentar hacer reír con temas que han causado ira y removido conciencias, pero Marc Crehuet lo ha dominado con El rey tuerto.

La situación que nos presenta es sencilla: ¿qué pasa cuando un antidisturbios llega a su casa tras haber reventado el ojo a un manifestante? La solución la podréis conocer en la Sala Mirador, durante esta semana en Madrid, y después tendréis que seguirles la pista. Yo ayudaré.

Esta obra viene precedida por un gran éxito en Cataluña y me gustaría ver muchas más, que el buen teatro debe salir para airearse y dejar que lo disfrutemos todos, aunque el espacio le quede grande y la acústica pueda entorpecer al discurso. Pero no pasa nada, porque aquí hay discurso para rato y está muy bien guiado, sabes por dónde quiere llevarte y te dejas arrastrar porque su humor ayuda. ¿Cuántas hostias nos hemos dado entre amigos acompañadas por un 'jajaja' final?

Respuestas y soluciones puede que no se consigan, pero preguntas y actitudes ante los problemas veremos de sobra. El contexto lo conocemos de sobra, es la situación actual de millones de personas en España, y quizá por eso duele más el reírse ante su ingenio, es esa risa tras la caída de alguien que aparece antes que la preocupación por si está bien. ¿Quién tiene razón? ¿Dónde están los culpables? ¿Está impregnado en la condición del ser humano o se puede cambiar radicalmente entre extremos como David?

Cuánta pregunta me ha salido de golpe, creo que le estoy dando demasiadas vueltas a lo que vi. En el escenario se presenta una puesta en escena sencilla: una habitación centrada en una mesa que servirá como campo de batalla en las discusiones. Como ya he dicho, la sala es demasiado alta por lo que el sonido rebota creando sensación de eco y puede comerse algunos detalles, pero para eso están los actores que defienden sus líneas a la perfección.

La primera sorpresa es Betsy Túrnez, encargada de llevar a Lidia desde la sumisión a la rebeldía sin necesidad de apuntarse a un curso para ello. La chica tonta de la que te ríes te lleva a llorar con ella. Hasta Alain Hernández, el duro policía David, cambiará por ella, su novia. Una interpretación perfecta de Alain que consigue que empatices con el antihéroe por excelencia. Ruth Llopis es Sandra, la amiga de juventud de Lidia, un personaje que sueña demasiado y se convierte en el contrapunto perfecto de ella. Su novio, Ignasi, es el que sufrió el pelotazo en el ojo quedándose tuerto, un sentimiento que Miki Esparbé ha absorbido a la perfección y llegas a creer que es real, a pesar de sus momentos de locura infantil. Mientras la historia principal se desarrolla, podemos ver a Xesc Cabot dando vueltas por escena como un ministro sin discurso que se apoya en ese ruido que genera la sociedad para conseguir salir adelante. El problema viene cuando se le da la palabra, ¿tendrá algo interesante que decir?


Opinión personal: estoy empezando a plantearme el abandonar este párrafo porque creo que ha quedado bastante claro lo que pienso de la obra y sus actores. Así que voy a hacer un pequeño alegato, bonita palabra, en defensa de las obras humildes que se atreven con todo aunque saben que tienen mucho que perder. Buscad teatro, hay alternativas a lo precocinado y en ocasiones es bueno dedicarle tiempo a su preparación, estoy seguro de que Lidia ha aprendido la lección. Bravo Marc.

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