Ellos tenían el Café Gijón y yo a los Renoir

Van a cerrar los Renoir. Así, sin ningún tipo de compasión, me soltaron la noticia hace unos días. No podía creérmelo, ¿cómo que van a cerrar los Renoir? ¿Qué ha pasado? Lo primero que piensas es que se han ido a la quiebra, no han podido soportar el dichoso 21% y han reventado. No estaba muy desencaminado, los impuestos empiezan a ser una lacra que están devorando a la sociedad. Tampoco voy a ir de entendido del tema, como todos esos maestros en economía que parecen salir de debajo de las piedras de pronto; yo entiendo de cine, o al menos estoy en proceso de entender, y sé que el cierre de estos cines serían una catástrofe para las ofertas que llegan cada viernes.


Porque si los Renoir cerraban es porque algo peor estaba pasando en Alta Films, la distribuidora. Enseguida me mandaron siete primeras páginas, todas la misma, de ‘El País’. Los Renoir cerraban 180 salas y Alta corría peligro, estaban a la espera de un milagro. Yo no soy muy creyente, solo creo en Billy Wilder como decía Trueba, así que me esperaba lo peor. En ese momento empecé a recordar lo que había visto en el último año en esa sala y los grandes nombres aparecían: The Artist, Hugo, Los descendientes, Woody Allen por partida doble, Sean Penn, Shame

El año pasado gané el trivial que organizaron los Renoir a través de su Twitter y me regalaron un año de cine. No lo aproveché tanto como quise, pierdo dos horas en el viaje para llegar a la sala y tengo que organizarme muy bien el tiempo para llegar a la sesión, pero esas salas se convirtieron en el primer plan que salía de mi boca cuando tenía algo de tiempo libre. He visto de todo, de lo más independiente a lo más comercial. He estado solo en una sala y también rodeado por todos lados. 

No soy el mejor ejemplo para hablar de que hay que ir al cine y pagar por ver una película, ya he dicho que el último año casi todo fue gratis para mí y los pases de prensa tampoco hay que pagarlos. Pero no quiero entrar en debates de dinero. Allí organicé el primer concurso gracias a SensaCine, era el preestreno de La guerra de los botones, y a los pocos días yo ganaba un cartel firmado por el director de la película. 

En los Renoir me he cruzado con muchos directores de cine, periodistas, escritores, artistas en general. Nunca olvidaré cuando crucé mi mirada con Juan José Millas al salir de De Nicolas a Sarkozy y los dos nos miramos como si fuésemos un par de personajes de sus novelas. No me atreví a decirle nada (¡menudo periodista de pacotilla soy!) y me di la vuelta. Porque los Renoir son mucho más que unos cines, son cultura en estado puro y ahora tenemos un 90% menos. Ellos tenían el Café Gijón y yo a los Renoir.

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